Cuando voy a cualquier festival o concierto y creo que no soy el único, en lo único que pienso es en pasármelo a lo grande y disfrutar del momento, de los amigos, de la gente que me rodea y llegar a una comunión, a una mística que se logra al congregar a gente de diferente clases, de diferentes formas de pensar, de muy distintos gustos pero que en ese momento se aunan en un lugar para disfrutar de lo mismo: la música. Dejas fuera tus problemas y sólo quieres vivir el momento e intentar que algo de lo que ocurra en la noche la haga inolvidable. He estado muchas noches de fiesta, en muchos conciertos de todo tipo de música y en diferentes lugares y muchas veces me puse a pensar en que había detrás del espectáculo, detrás de las bambalinas, quienes habían construido aquel escenario, después de mucho esfuerzo, y que iba a ser devorado, arrasado en cuestión de unas horas el trabajo en algunos casos de días. El final de la noche, cuando ves como se vacía la sala y el destrozo que deja la masa detrás suyo a veces me deja una sensación de vació que me cuesta quitarme de encima.
Recuerdo una noche en Ibiza viendo una sesión de Ricardo Villalobos (¡Grandioso¡) en Cocoon. Salí de la sala para ir al baño y casi sin darme cuenta entré en la sala contigua donde había alrededor de 3.000 personas viendo a Ritchie Hawtin. Justo en el momento en que entraba en la sala la música explotó, todos los focos se encendieron, convirtiendo la noche en día e instantes después un potentísimo chorro de anhídrido carbónico (el Megatrón) salió del techo, haciendo que el intenso calor de la noche ibicenca disminuyera unos grados en la sala, pero a mi me hizo estremecer y un frío me recorrió de punta a punta mi cuerpo, y lo recuerdo y se me pone la piel de gallina aún. Rodeado de tanta gente, pero durante unos segundos sólo podía ver a los tres o cuatro que tenía más cerca mío, codo con codo, cuerpos sudorosos, caras sonrientes, flashes estroboscópicos de un instante. La soledad estando rodeando de tantísima gente y la plenitud unos instantes después al ver a toda la gente gritando y saltando al unísono, gente que no conocía y que hablaban idiomas que no entendía, pero que me abrazaban y besaban y brincaban conmigo como si fueramos inseparables. Y pasan esos momentos y ves que no es tu amigo sino un desconocido el que no te suelta y su sonrisa quimicamente adulterada y sus ojos ocultos en la noche por oscuras y gigantescas gafas de sol y sus mandibulas desencajadas y es entonces cuando notas la distancia y el calor es ahora frio y te vas, la magía duró unos segundos maravillosos. Es inexplicable, no hay palabras suficientes para contar lo que se siente en esos momentos. Recordaré esa noche el resto de mi vida y ese momento en concreto, las caras, los olores, la luz, el ambiente. Lo juro por mis hijas que es lo más grande que tengo.
He visto este documental y me doy cuenta ahora que muchos disfrutan del trabajo, duro, muy duro de otros sin darle demasiada importancia ni valorarlo lo suficiente. Y no es que la música minimal sea mi preferida (cada vez estoy más cansado de ciertas tendencias electrónicas y de algunos "artistillas" endiosados), pero el Hawtin se lo curra. ¡Vaya si se lo curra¡
Esto es real, mucho más que películas como Berlin Calling o La leyenda del DJ Frankie Wilde, sobre todo la primera no está nada mal.
Enlace para Descargar
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario